lunes, diciembre 23, 2024

Saboreando la magia del Valle de Uco en La Azul, Argentina

EL DISFRUTE DEL PALADAR, UN MOMENTO ÍNTIMO CON EL PROCESO DE CREACIÓN DEL VINO Y UN PAISAJE OTOÑAL, TODO EN UN SOLO VIAJE

Aún no me había ido y ya quería volver. Así, en estas simples y potentes palabras, definiría mi paso por la Bodega La Azul. No solo fue un almuerzo, fue una experiencia que quedó grabada en mis sentidos y en mi memoria.

El viaje desde Mendoza capital, en Argentina, hasta la bodega tomó aproximadamente una hora y media, y todo el trayecto es un espectáculo en sí mismo.

A medida que avanzaba por el Valle de Uco, la majestuosa cordillera de Los Andes se iba revelando lentamente ante mis ojos, sus picos nevados contrastando con el paisaje otoñal que me rodeaba.

Al llegar a La Azul te encuentras inmediatamente con la calidez del lugar y del personal. Desde el primer momento sientes que estás por experimentar algo especial.

Respeto por los ingredientes locales

Pedí el menú de tres pasos, una decisión que en ese momento me pareció acertada, pero al final del almuerzo, deseé haber tenido más espacio para probar todos los platos.

Comencé con un choripán que, lejos de ser un plato común, era una obra de arte en sí mismo. En el restaurante preparan todo desde cero: el pan, el chorizo, y hasta las cebollas caramelizadas al malbec.

Cada componente del plato reflejaba la dedicación y el respeto por los ingredientes locales. Las cebollas dulces y el toque del malbec creaban una combinación perfecta, elevando un clásico argentino a otro nivel.

De plato principal, elegí la bondiola de cerdo, cocida por 48 horas. La carne era tan tierna que se deshacía al tocarla con el tenedor, acompañada de un puré de boniato que complementa con su dulzura.

Cada bocado era un deleite, una explosión de sabores que me recordaba que estaba en uno de los epicentros argentinos del buen comer y del buen vino.

El postre fue la guinda perfecta: un volcán de dulce de leche con helado de coco, que equilibraba lo cremoso con lo refrescante de manera impecable. Para entonces, ya no sabía si quería terminar de comer o alargar cada bocado para siempre.

Historias detrás de cada botella

Después del almuerzo decidí explorar los alrededores, caminando por el patio, mientras el sol otoñal bañaba el paisaje con su luz dorada.

Sin duda, llegar a una bodega no es solo cuestión de degustar un buen vino, es también un momento para conectarse con el entorno, los aromas y las historias que laten detrás de cada botella.

Antes de irme, el equipo de la bodega invitó a todos sus comensales a una pequeña visita a la zona de producción, donde pude probar el vino directamente del barril, caldo que aún no está listo para salir al mercado, pero que en unos meses se convertirá en otra joya de este viñedo.

Fue un momento íntimo y especial, una conexión directa con el proceso de creación del vino, que cerró de manera perfecta mi experiencia en La Azul.

Mendoza tiene muchas bodegas, pero La Azul tiene algo diferente. Algo que te hace querer volver incluso antes de haberte ido.


La Azul

Experiencia genuina

La Azul no es una bodega gigantesca, pero esa es precisamente su magia. Al llegar, te reciben con una calidez que solo se encuentra en los pequeños lugares que aún conservan un espíritu familiar.

Las mesas ofrecen una vista que quita el aliento: el Cordón del Plata, imponente y majestuoso, enmarcando cada copa de vino y cada plato que se sirve.

La decoración es sencilla pero acogedora y rápidamente te sientes en casa, rodeado de otras personas que, al igual que tú, buscan disfrutar de una experiencia genuina y sin pretensiones.

Desde el primer momento queda claro que este es un lugar para relajarse, disfrutar y dejarse llevar por el ritmo del buen vino y la buena comida.

Página web: www.bodegalaazul.com

Instagram: @bodegalaazul


Faviana García

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